19 ago 2011

EL CABALLERO DE LA ARMADURA OXIDADA.



EL CABALLERO DE LA ARMADURA OXIDADA

Robert Fisher

Capítulo I:

El dilema del caballero.

Hace ya mucho tiempo, en una tierra muy lejana, vivía un caballero que pensaba que era bueno, generoso y amoroso. Hacía todo lo que suelen hacer los caballeros buenos, generosos y amorosos. Luchaba contra sus enemigos, que eran malos, mezquinos y odiosos. Mataba dragones y rescataba damiselas en apuros.

Cuando, en el asunto de la caballería había crisis, tenía la mala costumbre de rescatar damiselas, incluso cuando ellas no deseaban ser rescatadas y, debido a esto, aunque muchas damas le estaban agradecidas, otras tantas se mostraban furiosas con el caballero. El lo aceptaba con filosofía. Después de todo, no se puede contentar a todo el mundo.

Nuestro caballero era famoso por su armadura. Reflejaba unos rayos de luz tan brillantes que la gente del pueblo juraba haber visto el sol salir en el norte o ponerse en el este cuando el caballero partía a la batalla. Y partía a la batalla con bastante frecuencia. Ante la mera mención de una cruzada, el caballero se ponía la armadura entusiasmado, montaba su caballo y cabalgaba en cualquier dirección. Su entusiasmo era tal que a veces partía en varias direcciones a la vez, lo cual no es nada fácil.

Durante años, el caballero se esforzó por ser el numero uno del reino. Siempre había otra batalla que ganar, otro dragón que matar u otra damisela que rescatar.

El caballero tenia una mujer fiel y bastante tolerante, Julieta, que escribía hermosos poemas, decía cosas inteligentes y tenia debilidad por el vino. También tenia un joven hijo de cabellos dorados, Cristóbal, al que esperaba ver, algún día, convertido en un valiente caballero.

Julieta y Cristóbal veían poco al caballero porque, cuando no estaba luchando en una batalla, matando dragones o rescatando damiselas, estaba ocupado probándose su armadura y admirando su brillo.


Con el tiempo, el caballero se enamoró hasta tal punto de su armadura que se la empezó a poner para cenar y, a menudo, para dormir. Después de un tiempo, ya no se tomaba la molestia de quitársela para nada.

Poco a poco, su familia se fue olvidando que aspecto tenia sin ella. Ocasionalmente, Cristóbal le preguntaba a su madre que aspecto tenia su padre. Cuando esto sucedía, Julieta llevaba al chico hasta la chimenea y señalaba el retrato del caballero.

- He ahí a tu padre- decía con un suspiro.

Una tarde, mientras contemplaba el retrato, Cristóbal le dijo a su madre:

- Ojalá pudiera ver a mi padre en persona!

-¡No puedes tenerlo todo! - respondió bruscamente Julieta.

Estaba cada vez mas harta de tener tan solo una pintura como recuerdo del rostro de su marido y estaba cansada de dormir mal por culpa del ruido metálico de la armadura.

Cuando paraba en casa y no estaba absolutamente pendiente de su armadura, el caballero solía recitar monólogos sobre sus hazañas. Julieta y Cristóbal casi nunca podían decir una sola palabra. Cuando lo hacían, el caballero los acallaba, ya sea cerrando su visera o quedándose repentinamente dormido.

Un día, Julieta se enfrentó a su marido.

- Creo que amas más a tu armadura de lo que me amas a mí.

- Eso no es verdad- respondió el caballero - ¿acaso no te amé lo suficiente como para rescatarte de aquel dragón e instalarte en este castillo con paredes empedradas?

- Lo que tú amabas - dijo Julieta, espiando a través de la visera para poder ver sus ojos - era la idea de rescatarme. No me amabas realmente entonces y tampoco me amas realmente ahora.

- Sí que te amo - insistió el caballero, abrazándola torpemente con su fría y rígida armadura, casi rompiéndole las costillas.

- ¡Entonces, quítate esa armadura para que pueda ver quién eres en realidad! - le exigió.

- No puedo quitármela. Tengo que estar preparado para montar mi caballo y partir en cualquier dirección - explicó el caballero.

- Si no te quitas esa armadura, tomaré a Cristóbal, subiré a mi caballo y me marcharé de tu vida.

Bueno, esto sí que fue un golpe para el caballero. No quería que Julieta se fuera. Amaba a su esposa y a su hijo y a su elegante castillo, pero también amaba su armadura porque les mostraba a todos quién era él: un caballero bueno, generoso y amoroso.

¿Por qué no se daba cuenta Julieta de ninguna de estas cualidades?

El caballero estaba inquieto. Finalmente, tomó una decisión. Continuar llevando la armadura no valía la pena, si por ello había de perder a Julieta y a Cristóbal. De mala gana, el caballero intentó quitarse el yelmo, ¡pero no se movió! tiró con más fuerza. Estaba muy enganchado.

Desesperado, intentó levantar la visera pero, por desgracia, también estaba atascada. Aunque tiró de la visera una y otra vez, no consiguió nada.

El caballero caminó de arriba abajo con gran agitación. ¿Cómo podía haber sucedido ésto? Quizá no era tan sorprendente encontrar el yelmo atascado, ya que no se lo había quitado en años, pero la visera era otro asunto. La había abierto con regularidad para comer y beber. Pero bueno, ¡si la había abierto esa misma mañana para desayunar huevos revueltos y cerdo en su salsa!

Repentinamente, el caballero tuvo una idea. Sin decir adónde iba, salió corriendo hacia la tienda del herrero, en el patio del castillo. Cuando llegó, el herrero estaba dándole forma a una herradura con sus manos.

- Herrero- dijo el caballero- tengo un problema.

- Sois un problema, señor - dijo socarronamente el herrero, con su tacto habitual.

El caballero, que normalmente gustaba de bromas, arrugó el entrecejo.

- No estoy de humor para tus bromas en estos momentos. Estoy atrapado en esta armadura - vociferó, al tiempo que golpeaba el suelo con el pie revestido de acero, dejándolo caer accidentalmente sobre el dedo gordo del pie del herrero. El herrero dejo escapar un aullido y, olvidando por un momento que el caballero era su señor, le propinó un brutal golpe en el yelmo. El caballero sintió tan solo una ligera molestia. El yelmo ni se movió.

- Inténtalo otra vez- ordenó el caballero, sin darse cuenta de que el herrero le había golpeado, porque estaba enfadado.

- Con gusto- dijo el herrero, balanceando un martillo en venganza y dejándolo caer con fuerza sobre el yelmo del caballero. El yelmo ni siquiera se abolló.

El caballero se sintió muy turbado. El herrero era, con mucho, el hombre mas fuerte del reino. Si él no podía sacar al caballero de su armadura, ¿quién podría?

Como era un buen hombre, excepto cuando le aplastaban el dedo gordo del pie, el herrero percibió el pánico del caballero y sintió lástima.

- Estáis en una situación difícil, caballero, pero no os déis por vencido.

Regresad mañana, cuando yo haya descansado. Me habéis cogido al final de un día muy duro.

Aquella noche, la cena fue difícil. Julieta se enfadaba cada vez más, a medida que iba introduciendo por los orificios de la visera del caballero la comida que había tenido que triturar previamente. A mitad de la cena, el caballero le contó a Julieta que el herrero había intentado abrir la armadura, pero que había fracasado.

-¡No te creo, bestia ruidosa!- gritó, al tiempo que estrellaba el plato de puré de estofado de paloma contra su yelmo.

El caballero no sintió nada. Sólo cuando la salsa comenzó a chorrear por los orificios de la visera, se dio cuenta de que le habían dado en la cabeza.

Tampoco había sentido el martillo del herrero aquella tarde. De hecho, ahora que lo pensaba, su armadura no le dejaba sentir apenas nada, y la había llevado durante tanto tiempo que había olvidado cómo se sentían las cosas sin ella.

El caballero se entristeció mucho porque Julieta no creía que estaba intentando quitarse la armadura. El herrero y él lo habían intentado, y lo siguieron intentando durante días, sin éxito. Cada día el caballero se deprimía más y Julieta estaba cada vez más fría.

Finalmente, el caballero admitió que los esfuerzos del herrero eran vanos.

- ¡Vaya pues con el hombre más fuerte del reino! ¡Ni siquiera puedes abrir este montón de lata! - gritó con frustración-

Cuando el caballero regresó a su casa, Julieta le chilló:

- Tu hijo no tiene más que un retrato de su padre, y estoy harta de hablar con una visera cerrada. No pienso volver a pasar comida por los agujeros de esa horrible cosa nunca más. ¡Este es el último puré de cordero que te preparo!

- No es mi culpa si estoy atrapado en esta armadura. Tenía que llevarla para estar siempre listo para la batalla. ¿De qué otra manera, si no, hubiera podido comprar bonitos castillos y caballos para tí y para Cristóbal?

-¡No lo hacías por nosotros!- argumentó Julieta- ¡Lo hacías por tí!

Al caballero le dolió en el alma que su mujer pareciera no amarlo más. También temía que, si no se sacaba la armadura pronto, Julieta y Cristóbal realmente se marcharían. Tenía que quitarse la armadura, pero no sabía cómo.

El caballero descartó una idea tras otra por considerarlas poco viables. Algunos planes eran realmente peligrosos. Sabía que cualquier caballero que se plantease fundir su armadura con la antorcha de un castillo, o congelarla saltando a un foso helado, o hacerla explotar con un cañón, estaba seriamente necesitado de ayuda. Incapaz de encontrar ayuda en su propio reino, el caballero decidió buscar en otras tierras.

"En algún lugar debe de haber alguien que me pueda ayudar a quitarme esta armadura", pensó.

Desde luego, echaría de menos a Julieta, a Cristóbal, y el elegante castillo. También temía que, en su ausencia, Julieta encontrara el amor en brazos de otro caballero, uno que estuviera deseoso de quitarse la armadura y de ser un padre para Cristóbal.

Sin embargo, el caballero tenía que irse, así que, una mañana, muy temprano, montó en su caballo y se alejó cabalgando. No osó mirar atrás por miedo a cambiar de idea.

Al salir de la provincia, el caballero se detuvo para despedirse del rey, que había sido muy bueno con él. El rey vivía en un grandioso castillo en la cima de una colina del barrio elegante. Al cruzar el puente levadizo y entrar en el patio, el caballero vio al bufón sentado con las piernas cruzadas, tocando la flauta. El bufón se llamaba Bolsalegre porque llevaba sobre su hombro una bolsa con los colores del arco iris, llena de artilugios para hacer reír o sonreír a la gente. Había extrañas cartas que utilizaba para adivinar el futuro de las personas, cuentas de vivos colores que hacia aparecer y desaparecer y graciosas marionetas que usaba para divertir a su audiencia.

- Hola Bolsalegre - dijo el caballero - He venido a decirle adiós al rey.

El bufón miró hacia arriba.

- El rey se acaba de ir. No hay nada que él os pueda decir.

- ¿Adónde ha ido? - preguntó el caballero.

- A una nueva cruzada ha partido. Si lo esperáis, vuestro tiempo habréis perdido.

El caballero quedó decepcionado por no haber podido ver al rey y perturbado por no poder unirse él a la cruzada.

- ¡Oh! - suspiró - Podría morir de inanición dentro de esta armadura antes de que el rey llegara. Quizá no le vuelva a ver nunca más.

- Sois una imagen triste de ver. Ni con todo vuestro poder, vuestra situación podréis resolver.

- No estoy de humor para tus insultantes rimas - ladró el caballero, tenso dentro de su armadura - ¿no puedes tomarte los problemas de alguien seriamente por una vez?

Con una clara y lírica voz, Bolsalegre cantó:

- A mi los problemas no me han de afectar. Son oportunidades para criticar.

- Otra canción cantaríais si fueses tú el que estuviera atrapado aquí - gruñó el caballero.

Bolsalegre continuó:

- A todos, alguna armadura nos tiene atrapados. Sólo que la vuestra ya la habéis encontrado.

- No tengo tiempo de quedarme y oír tus tonterías. Tengo que encontrar la manera de salir de esta armadura.

Y dicho ésto, el caballero se dispuso a partir, pero Bolsalegre le llamó:

- Hay alguien que puede ayudaros, caballero, a sacar a la luz vuestro yo verdadero.

El caballero detuvo su caballo bruscamente y, emocionado, regreso hacia Bolsalegre.

- ¿Conoces a alguien que me pueda sacar de esta armadura? ¿Quien es?

- Tenéis que ver al Mago Merlín, así lograréis ser libre al fin.

- ¿Merlín? El unico Merlin del que he oído hablar es el gran sabio, el maestro del Rey Arturo.

- Si, si, el mismo es. Merlin hay uno solo, ni dos, ni tres.

- ¡Pero no puede ser! - exclamó el caballero -. Merlin y el Rey Arturo vivieron hace muchos años.

Bolsalegre replicó:

- Es verdad, pero aún vive ahora. En los bosques el sabio mora.

- Pero esos bosques son tan grandes... - dijo el caballero - ¿Cómo lo encontraré ahí?

Bolsalegre sonrió:

- Aunque muy difícil ahora os parece, cuando el alumno está preparado, el maestro aparece.

- Ojalá Merlin apareciera pronto. Voy a buscarlo a él - dijo el caballero.

Estiró el brazo y le dio la mano a Bolsalegre en señal de gratitud, y por poco tritura los dedos del bufón con el guantelete.

Bolsalegre dio un grito. El caballero soltó rápidamente la mano del bufón.

- Lo siento.

Bolsalegre se frotó los magullados dedos.

- Cuando la armadura desaparezca y estéis bien, sentiréis el dolor de los otros también.

-¡Me voy!- dijo el caballero.

Hizo girar a su caballo y, abrigando nuevas esperanzas en su corazón, se alejó galopando.

                                          


          Capitulo II

                                    En los bosques de Merlin.

No fue tarea fácil encontrar al astuto mago. Había muchos bosques en los que buscar, pero solo un Merlin. Así que el pobre caballero cabalgó día tras día, noche tras noche, debilitándose cada vez más.

Mientras cabalgaba en solitario a través de los bosques, el caballero se dio cuenta de que había muchas cosas que no sabía. Siempre había pensado que era muy listo, pero no se sentía tan listo ahora, intentando sobrevivir en los bosques.

De mala gana, se reconoció a sí mismo que no podía distinguir una baya venenosa de una comestible. Esto hacia del acto de comer una ruleta rusa. Beber no era menos complicado. El caballero intentó meter la cabeza en un arroyo, pero su yelmo se llenó de agua. Casi se ahoga dos veces. Por si esto fuera poco, estaba perdido desde que había entrado en el bosque. No sabía distinguir el norte del sur, ni el este del oeste. Por fortuna, su caballo sí lo sabía.

Despues de meses de buscar en vano, el caballero estaba bastante desanimado. Aun no había encontrado a Merlin, a pesar de haber viajado muchas leguas. Lo que le hacía sentirse peor aún era que ni siquiera sabía lo que era una legua...

Una mañana, se despertó sintiéndose más débil de lo normal y un tanto peculiar. Aquella misma mañana encontró a Merlin. El caballero reconoció al mago enseguida. Estaba sentado bajo un árbol, vestido con una larga túnica blanca. Los animales del bosque estaban reunidos a su alrededor, y los pájaros descansaban en sus hombros y brazos.

El caballero movió la cabeza sombríamente de un lado a otro, haciendo que rechinase su armadura. ¿Como podían todos estos animales encontrar a Merlin con tanta facilidad cuando había sido tan difícil para él? Cansinamente, el caballero descendió de su caballo.

- Os he estado buscando - le dijo al mago - He estado perdido durante meses.

- Toda vuestra vida - lo corrigió Merlin, mordiendo una zanahoria y compartiéndola con el conejo más cercano.

El caballero se enfureció.

- No he venido hasta aquí para ser insultado.

- Quizá siempre os habéis tomado la verdad como un insulto - dijo Merlin, compartiendo la zanahoria con algunos de los otros animales.

Al caballero tampoco le gustó mucho este comentario, pero estaba demasiado débil de hambre y sed como para subir a su caballo y marcharse. En lugar de eso, dejó caer su cuerpo envuelto en metal sobre la hierba. Merlin le miró con compasión.

- Sois muy afortunado - comentó - Estáis demasiado débil para correr.

- ¿Y eso que quiere decir? - pregunto con brusquedad el caballero.

Merlin sonrío por respuesta.

- Una persona no puede correr y aprender a la vez. Debe permanecer en un lugar durante un tiempo.

- Sólo me quedaré aquí el tiempo necesario para aprender cómo salir de esta armadura - dijo el caballero.

- Cuando hayáis aprendido eso, nunca más tendréis que subir a vuestro caballo y partir en todas direcciones.

El caballero estaba demasiado cansado como para cuestionar esto. De alguna manera se sentía consolado y se quedó dormido enseguida.

Cuando el caballero despertó, vio a Merlin y a los animales a su alrededor.

Intentó sentarse, pero estaba demasiado débil. Merlin le extendió una copa de plata que tenía un extraño liquido.

- Bebed esto - le ordenó -

- ¿Que es?- pregunto el caballero, mirando la copa receloso.

- ¡Estáis tan asustado! - dijo Merlin -. Por supuesto, por eso os pusísteis la armadura desde el principio...

El caballero no se molestó en negarlo, pues estaba demasiado sediento.

- Está bien, lo beberé. Vertedlo por mi visera.

- No lo haré, es demasiado valioso para desperdiciarlo.

Cortó una caña, puso un extremo en la copa y deslizo el otro por uno de los orificios de la visera del caballero.

- ¡Esta es una gran idea! - dijo el caballero.

- Yo lo llamo pajita - replicó Merlin.

- ¿Por qué?

- ¿Y por qué no?

El caballero se encogió de hombros y sorbió el liquido por la caña. Los primeros sorbos le parecieron amargos, los siguientes más agradables, y los últimos tragos fueron bastante deliciosos. Agradecido, el caballero le devolvió la copa a Merlin.

- Deberíais lanzarlo al mercado. Os haríais rico.

Merlin se limitó a sonreír.

- ¿Qué es?- pregunto el caballero.

- Vida.

- ¿Vida?

- Sí - dijo el sabio mago -. ¿No os pareció amarga al principio, y luego, a medida que la degustábais, no la encontrábais cada vez más apetecible?

El caballero asintió.

- Sí, los últimos sorbos resultaron deliciosos.

- Eso fue cuando empezasteis a aceptar lo que estabais bebiendo.

- ¿Estáis diciendo que la vida es buena cuando uno la acepta? - preguntó el caballero.

- ¿Acaso no es así? - replicó Merlin, levantando una ceja divertido.

- ¿Esperáis que acepte toda esta pesada armadura?

- ¡Ah! - dijo Merlin - no nacísteis con esa armadura. Os la pusísteis vos mismo, ¿os habéis preguntado por qué?

- ¿Y por qué no? - replicó el caballero, irritado. En ese momento, le estaba empezando a doler la cabeza. No estaba acostumbrado a pensar de esa manera.

- Seréis capaz de pensar con mayor claridad cuando recuperéis fuerzas.

Dicho esto, el mago hizo sonar sus palmas y las ardillas, llevando nueces entre los dientes, se alinearon delante del caballero.

Una por una, cada ardilla trepó al hombro del caballero, rompió y masticó una nuez, y luego empujó los pequeños trozos a través de la visera del caballero. Las liebres hicieron lo mismo con zanahorias, y los ciervos trituraron raíces y bayas para que el caballero comiera.

Este método de alimentación nunca seria aprobado por el Ministerio de Sanidad, pero ¿qué otra cosa podía hacer un caballero atrapado en su armadura en el medio del bosque?

Los animales alimentaban al caballero con regularidad, y Merlin le daba de beber enormes copas de Vida con la pajita. Lentamente, el caballero se fue fortaleciendo, y comenzó a sentirse esperanzado.

Cada día le hacía la misma pregunta a Merlin:

- ¿Cuándo podré salir de esta armadura?

Cada día, Merlin replicaba:

- ¡Paciencia! Habéis llevado esa armadura durante mucho tiempo. No podéis salir de ella así como así.

Una noche, los animales y el caballero estaban oyendo al mago tocar en su laúd los últimos éxitos de los trovadores. Mientras esperaba que Merlin terminara de tocar “Añoro los Viejos Tiempos”, el caballero le hizo una pregunta que tenía en mente desde hacía tiempo.

- ¿Fuisteis en verdad el maestro del Rey Arturo?

El rostro del mago se encendió.

- Sí, yo le enseñé a Arturo - dijo.

- Pero, ¿cómo podéis seguir vivo? ¡Arturo vivió hace mucho tiempo! - exclamó el caballero.

- Pasado, presente y futuro son uno cuando estás conectado a la Fuente- replicó Merlin.

-¿Qué es la Fuente?- preguntó el caballero.

- Es el poder misterioso e invisible que es el origen de todo.

- No entiendo- dijo el caballero.

- Eso se debe a que intentáis comprender con la mente, pero vuestra mente es limitada..

- Tengo una mente muy buena - le discutió el caballero.

- E inteligente; ella te atrapó en esa armadura- dijo Merlin.

El caballero no pudo refutar eso. Luego recordó algo que Merlin le había dicho nada más al llegar.

- Una vez dijísteis que me había puesto esta armadura porque tenía miedo.

- ¿No es eso verdad?- respondió Merlin.

- No, la llevaba para protegerme cuando iba a la batalla.

- Y temíais que os hirieran de gravedad o que os mataran - añadió Merlin.

- ¿Acaso no lo teme todo el mundo?

Merlin negó con la cabeza.

- ¿Y quién os dijo que teníais que ir a la batalla?

- Tenía que demostrar que era un caballero bueno, generoso y amoroso.

- Si realmente érais bueno, generoso y amoroso, ¿por que teníais que demostrarlo? - preguntó Merlin.

El caballero eludió tener que pensar en eso de la misma manera que solía eludir todas las cosas: se puso a dormir.

A la mañana siguiente, despertó con un pensamiento clavado en su mente: ¿era posible que él no fuese bueno, generoso y amoroso?. Decidió preguntárselo a Merlin.- ¿Que pensáis vos? - replicó Merlin.

- ¿Por qué siempre respondéis a una pregunta con otra pregunta?

- ¿Y por qué siempre buscáis que otros os respondan vuestras preguntas?

El caballero se marchó enfadado, maldiciendo a Merlin entre dientes.

- ¡Ese Merlin! - masculló - ¡hay veces que realmente me saca de mi armadura!

Con un ruido seco, el caballero dejó caer su pesado cuerpo bajo un árbol para reflexionar sobre las preguntas del mago. ¿Qué pensaba en realidad?

- ¿Podría ser - dijo en voz alta a nadie en particular - que yo NO fuese bueno, generoso y amoroso?

- Podría ser - dijo una vocecita - Si no, ¿por qué estáis sentado sobre mi cola?

- ¿Eh? - el caballero miró hacia abajo y vio una pequeña ardilla sentada a su lado. Es decir, a casi toda la ardilla. Su cola estaba escondida.

- ¡Oh! perdona! - dijo el caballero, moviendo rápidamente la pierna para que la ardilla pudiera recuperar su cola - Espero no haberte hecho daño. No veo muy bien con esta visera en mi camino.

- No lo dudo - replicó la ardilla, sin ningún resentimiento en la voz -. Por eso siempre estáis pidiendo disculpas a la gente por haberles hecho daño.

- La única cosa que me irrita más que un mago sabelotodo, es una ardilla sabelotodo - gruñó el caballero. No tengo por qué quedarme aquí y hablar contigo.

Luchó contra el peso de la armadura en un intento por ponerse de pie. De repente, sorprendido, balbuceó:

- ¡Eh,...tú y yo estamos hablando!

- Un tributo a mi buena fe - replicó la ardilla - teniendo en cuenta que os habéis sentado sobre mi cola.

- Pero si los animales no pueden hablar - dijo el caballero.

- Oh, claro que pueden - dijo la ardilla - lo que sucede es que la gente no escucha.

El caballero movió la cabeza perplejo.

- ¿Me has hablado antes?

- Claro, cada vez que rompía una nuez y la empujaba por vuestra visera.

- ¿Cómo es que te puedo oír ahora si no te podía oír entonces?

- Admiro una mente inquisitiva - comentó la ardilla -, pero, ¿nunca aceptáis nada tal como es, simplemente porque es?

- Estáis respondiendo a mis preguntas con preguntas- dijo el caballero- Has pasado demasiado tiempo con Merlin.

- ¡Y vos no habéis pasado el tiempo suficiente con él!

La ardilla le dio un ligero golpe al caballero con su cola y trepó a un árbol corriendo. El caballero la llamó.

- ¡Espera! ¿Cómo te llamas?

- Ardilla - respondió ella simplemente, y desapareció en la copa del árbol.

Aturdido, el caballero movió la cabeza. ¿Se había imaginado todo esto?

En ese preciso instante, vio a Merlin acercarse.

- Merlin - dijo - tengo que salir de aquí. He empezado a hablar con ardillas.

- Espléndido - replicó el mago.

El caballero le miró preocupado.

- ¿Cómo que espléndido? ¿qué queréis decir?

- Simplemente eso. Os estáis volviendo lo suficientemente sensible como para sentir las vibraciones de otros.

El caballero estaba obviamente confundido, así que Merlin continuó explicando:

- No hablásteis con la ardilla con palabras, sino que sentísteis sus vibraciones, y tradujísteis esas vibraciones en palabras. Estoy esperando el día en que empecéis a hablar con las flores.

- ¡Eso será el día que las plantéis en mi tumba! ¡Tengo que salir de estos bosques!

- ¿Adónde iríais?

- Regresaría con Julieta y Cristóbal. Han estado solos durante mucho tiempo. Tengo que volver y cuidar de ellos.

- ¿Cómo podéis cuidar de ellos si ni siquiera podéis cuidar de vos mismo? - preguntó Merlin.

Pero les echo de menos - se quejó el caballero - Quiero regresar con ellos. Aún en el peor de los casos.

- Y es exactamente así como regresaréis, si váis con vuestra armadura - le previno Merlin.

El caballero miro a Merlin con tristeza.

- No quiero esperar a quitarme la armadura. Quiero volver ahora y ser un marido bueno, generoso y amoroso para Julieta y un gran padre para Cristóbal.

Merlin asintió comprensivo. Le dijo al caballero que regresar para dar de sí mismo era un maravilloso regalo.

- Sin embargo - añadió - un don, para ser un don, debe ser aceptado. De no ser así, es como una carga para las personas.

- ¿Queréis decir que quizás no quieran que regrese? - preguntó el caballero sorprendido -. Seguramente me darían outra oportunidad. Después de todo, yo soy uno de los mejores caballeros del reino.

- Quizás esta armadura sea más gruesa de lo que parece - dijo Merlin con suavidad.

El caballero reflexionó sobre esto. Recordó las eternas quejas de Julieta porque él se iba a la batalla tan a menudo, por la atención que le prestaba a su armadura, por su visor cerrado y por su costumbre de quedarse dormido para no oír sus palabras. Quizás Julieta no quería que él volviera, pero Cristóbal si querría.

- ¿Por qué no mandarle una nota a Cristóbal y preguntárselo? - sugirió Merlin.

El caballero estuvo de acuerdo en que esa era una buena idea, pero, ¿cómo podía hacerle llegar una nota a Cristóbal?

Merlin señaló a la paloma que estaba posada sobre su hombro.

- Rebeca la llevará.

El caballero estaba perplejo.

- Ella no sabe donde vivo. Es solo un estúpido pájaro.

- Puedo distinguir el norte del sur y el este del oeste- respondió secamente Rebeca - lo cual es más de lo que se podría decir de vos.

El caballero se disculpó rápidamente. Estaba completamente pasmado. No sólo había hablado con una paloma y con una ardilla, sino que además las había hecho enfadar a las dos en el mismo día.

Como era un pájaro de gran corazón, Rebeca acepto las disculpas del caballero y partió con la nota para Cristóbal en el pico.

- ¡No arrulles con palomas extrañas o dejaras caer mi nota! - le gritó el caballero.

Rebeca ignoró este comentario desconsiderado, pues se daba cuenta de que el caballero tenía mucho que aprender.

Pasó una semana y Rebeca aun no haba regresado. El caballero estaba cada vez más impaciente, temiendo que hubiera caído presa de alguno de los halcones de caza que él y otros caballeros habían entrenado. Se estremeció, preguntándose como había podido participar en un deporte tan sucio, y se arrepintió otra vez de su horrible equivocación.

Cuando Merlin terminó de tocar su laúd y de cantar "Tendrás un Largo y Frío Invierno, si tienes un Corto y Frío Corazón", el caballero le expresó sus preocupaciones con respecto a Rebeca.

Merlin le dio confianza con un alegre verso:

- La paloma más lista que jamas haya volado, no puede ir a parar a ningún guisado.

En ese momento, un gran parloteo se levantó entre los animales. Todos miraban al cielo, así que Merlin y el caballero miraron también. Muy alto, sobre sus cabezas, dando círculos para aterrizar, estaba Rebeca.

El caballero se puso de pie con gran esfuerzo, al tiempo que Rebeca se posaba en el hombro de Merlin. Tomando la nota de su pico, el mago la miró y le dijo al caballero con gravedad que era de Cristóbal.

- ¡Dejádmela ver! - dijo el caballero, quitándole el papel con impaciencia.

Dejó caer la mandíbula con un ruido al tiempo que miraba, incrédulo, el papel - ¡Está en blanco! - exclamó - ¿que quiere decir esto?

- Quiere decir - dijo Merlin suavemente - que vuestro hijo no os conoce lo suficiente como para daros una respuesta.

El caballero permaneció quieto un momento, pasmado, luego lanzó un gemido y lentamente cayó al suelo. Intentó retener las lágrimas, pues los caballeros de brillante armadura simplemente no lloran. Sin embargo, pronto su pena lo venció. Luego, exhausto y medio ahogado en su yelmo por las lágrimas, el caballero se quedó dormido.

                                         


              Capitulo III

                                    El Sendero de la Verdad.

Cuando el caballero despertó, Merlin estaba sentado silenciosamente a su lado.

- Siento no haber actuado como un caballero - dijo - mi barba esta hecha una sopa - añadió disgustado.

- No os excuséis - dijo Merlin - acabáis de dar el primer paso para liberaros de vuestra armadura.

- ¿Qué queréis decir?

- Ya lo veréis - replicó el mago. Se puso de pie - Es hora de que os vayáis.

Esto molestó al caballero. Estaba empezando a disfrutar de estar en el bosque con Merlin y los animales. De cualquier manera, le parecía que no tenía adónde ir. Aparentemente, Julieta y Cristóbal no lo querían en casa.

Es verdad que podía volver al asunto de la caballería e ir a alguna cruzada. Tenía una buena reputación en batalla, y había muchos reyes que se sentirían felices teniéndolo a su lado, pero ya no le parecía que luchar pudiese tener sentido.

Merlin le recordó al caballero su nuevo propósito: liberarse de su armadura.

- ¿Por qué molestarse? - preguntó el caballero ásperamente - A Julieta y a Cristóbal les da igual si me la quito o no.

- Hacedlo por vos mismo - sugirió Merlin - El estar atrapado entre todo ese acero os ha causado muchos problemas, y las cosas empeorarán con el paso del tiempo. Incluso podríais morir a causa de una neumonía por culpa de una barba empapada.

- Supongo que sí, mi barba se ha convertido en un fastidio - replicó el caballero - Estoy cansado de cargar con ella y estoy harto de comer papillas. Ahora que lo pienso, ni siquiera me puedo rascar la espalda cuando me pica.

- ¿Y cuándo fue la ultima vez que sentisteis el calor de un beso, olísteis la fragancia de una flor, o escuchásteis una hermosa melodía sin que vuestra armadura se interpusiera entre vosotros?

- Ya ni me acuerdo - murmuró el caballero con tristeza - Tenéis razón, Merlin, tengo que liberarme de esta armadura por mí mismo.

- No podéis continuar viviendo y pensando cómo lo habéis hecho hasta ahora - dijo Merlin - Fue así como os quedásteis atrapado en ese montón de acero al principio.

- Pero ¿cómo puedo cambiar todo eso? - preguntó el caballero intranquilo.

- No es tan difícil como parece - explicó Merlin, conduciendo al caballero hacia un sendero - Este es el sendero que seguísteis para llegar a estos bosques.

- Yo no seguí ningún sendero - dijo el caballero - ¡Estuve perdido durante meses!

- La gente no suele percibir el sendero por el que transita - replicó Merlin.

- ¿Queréis decir que el sendero estaba ahí pero yo no lo podía ver?

- Si, y podéis regresar por el mismo, si así lo deseáis, pero conduce a la deshonestidad, la avaricia, el odio, los celos, el miedo y la ignorancia.

- ¿Estáis diciendo que yo soy todo eso? - preguntó el caballero indignado.

- En algunos momentos, sois alguna de esas cosas - admitió Merlin en voz baja.

El mago señaló hacia otro sendero. Era mas estrecho que el primero y muy empinado.

- Parece una escalada difícil - observó el caballero.

- Ese - dijo Merlin asintiendo - es el Sendero de la Verdad. Se vuelve mas empinado a medida que se acerca a la cima de una lejana montaña.

El caballero contempló el empinado camino sin entusiasmo.

- No estoy seguro de que valga la pena. ¿Qué conseguiré cuando llegue a la cima?

- Se trata de lo que no tendréis - explicó Merlin - ¡Vuestra armadura!

El caballero reflexionó sobre esto. Si regresaba por el camino por el que había venido, no tendría esperanzas de liberarse de su armadura y, probablemente, se moriría de soledad y fatiga. La única manera de quitarse la armadura era, por lo visto, seguir el Sendero de la Verdad, aunque pudiese, en tal caso, morir intentando trepar hacia la empinada montaña...

El caballero observó el difícil sendero que tenía delante. Luego miró hacia abajo, y contempló el acero que cubría su cuerpo.

- Está bien - dijo con resignación - Probaré el Sendero de la Verdad.

Merlin asintió.

- Vuestra decisión de transitar un sendero desconocido, teniendo que cargar con una pesada armadura, requiere mucho coraje.

El caballero sabía que tenia que comenzar de inmediato porque, si no, podría cambiar de opinión.

- Iré a buscar a mi fiel caballo - dijo.

- Oh, no - rebatió Merlin, moviendo la cabeza de lado a lado -. El camino tiene partes demasiado estrechas como para que un caballo pueda pasar. Tendréis que ir a pie. Horrorizado, el caballero se dejo caer sobre una roca.

- Creo que prefiero morir por culpa de una barba empapada - dijo, perdiendo todo el coraje con una rapidez impresionante.

- No tendréis que viajar solo - le dijo Merlin - Ardilla os acompañará.

- ¿Qué pretendéis, que cabalgue sobre una ardilla? - pregunto el caballero, asustado ante la idea de tener por compañera en tan arduo viaje a un animal sabelotodo.

- Puede que no me podáis montar - dijo la ardilla - pero me necesitaréis para que os ayude a comer. ¿Quién, si no, masticará las nueces para vos y las pasará por vuestra visera?

Cuando Rebeca oyó la conversación, voló desde un árbol cercano y se posó en el hombro del caballero.

- Yo también os acompañaré. He estado en la cima de la montaña y conozco el camino - dijo.

La buena disposición que mostraban los dos animales para ayudarle, proporcionó al caballero todo el coraje que necesitaba.

- Bueno, bueno - se dijo - ¡uno de los principales caballeros del reino necesitando que una ardilla y una paloma le den coraje!

Se puso de pie con gran esfuerzo, indicándole a Merlin que estaba listo para comenzar el viaje.

Mientras caminaban por el sendero, el mago sacó una exquisita llave dorada de su cuello y se la dio al caballero.

- Esta llave abrirá las puertas de los tres castillos que bloquearán vuestro camino.

- ¡Lo sé! - gritó el caballero - Habrá una princesa en cada castillo, y mataré al dragón que la retiene y la rescataré...

- ¡Basta!! - lo interrumpió Merlin - No habrá princesas en ninguno de estos castillos. E, incluso si las hubiese, en estos momentos no estáis capacitado para rescatar a ninguna. Tenéis que aprender a salvaros vos primero.

Tras la reprimenda, el caballero permaneció en silencio, mientras Merlin continuaba:

- El primer castillo se llama Silencio, el segundo Conocimiento y el tercero, Voluntad y Osadía. Una vez hayáis entrado en ellos, encontraréis la salida sólo cuando hayáis aprendido lo que habéis ido a aprender.

Desde el punto de vista del caballero, esto no parecía tan divertido como rescatar princesas. Además, en aquel momento de su vida, visitar castillos no era lo que más le apetecía.

- ¿Por qué no puedo simplemente rodear los castillos? - preguntó malhumorado.

- Si lo hacéis, os extraviaréis del sendero y seguramente os perderéis. La única manera de llegar a la cima de la montaña es atravesando los castillos - dijo Merlin firmemente.

El caballero suspiró profundamente, mientras contemplaba la empinada y estrecha senda. Desaparecía entre los altos árboles que sobresalían hacia unas nubes bajas. Presintió que este viaje sería mucho mas difícil que una cruzada....

Merlin sabía lo que el caballero estaba pensando.

- Sí - afirmó -, es una batalla diferente la que tendréis que librar en el Sendero de la Verdad. La lucha seraáaprender a amaros.

- ¿Cómo haré eso? - preguntó el caballero.

- Empezaréis por aprender a conoceros - respondió Merlin - Esta batalla no se puede ganar con la espada, así que la tendréis que dejar aquí - la plácida mirada de Merlin descansó en el caballero por un momento. Luego añadió:

- Si os encontráis con algo con lo que no podáis lidiar, llamadme, y yo acudiré.

- ¿Queréis decir que podéis aparecer dondequiera que yo me encuentre?

- Cualquier mago que se precie lo puede hacer - replico Merlin. Dicho esto, desapareció.

El caballero quedó asombrado.

- ¡Pero bueno...si ha desaparecido!

Ardilla asintió.

- A veces realmente la hace buena.

- Gastaréis toda vuestra energía hablando - les riñó Rebeca - Pongámonos en marcha.

El yelmo del caballero emitió un chirrido cuando éste asintió.


Partieron con Ardilla al frente y, detrás, el caballero con Rebeca sobre su hombro. De tanto en tanto, Rebeca volaba en misión exploratoria y volvía para informarles de lo que les esperaba más adelante.

Después de unas horas, el caballero se derrumbó, exhausto y dolorido. No estaba acostumbrado a viajar sin caballo y con la armadura puesta. Como de todas maneras era casi de noche, Rebeca y Ardilla decidieron parar para dormir.

Rebeca voló entre los arbustos y regresó con algunas bayas, que empujó a través de los orificios de la visera del caballero.

Ardilla fue a un arroyo cercano y llenó algunas cáscaras de nuez con agua, que el caballero bebió con la pajita que Merlin le habia proporcionado. Demasiado agotado como para esperar a que Ardilla le preparara más nueces, se quedó dormido.

A la mañana siguiente le despertó el sol cayendo sobre sus ojos. La luminosidad le molestaba. Su visera nunca había dejado pasar tanta luz.

Mientras intentaba entender este fenómeno, se dio cuenta de que Ardilla y Rebeca le estaban observando, al tiempo que parloteaban y arrullaban con excitación. Hizo un esfuerzo por sentarse y, de repente, se dio cuenta de que podía ver mucho más que el día anterior, y que podía sentir la fresca brisa en sus mejillas...

¡Una parte de su visera se había roto y se había caído!

- ¿Cómo habrá sucedido? - se preguntó.

Ardilla contestó a la pregunta que él no había formulado en voz alta.

- Se ha oxidado y se ha caído.

- Pero, ¿cómo? - preguntó el caballero.

- Por las lágrimas que derramásteis después de ver la carta en blanco de vuestro hijo - dijo Rebeca.

El caballero meditó sobre esto. La pena que había sentido era tan profunda, que su armadura no habia podido protegerle. Al contrario, sus lágrimas habian comenzado a deshacer el acero que le rodeaba.

- ¡Eso es! - gritó - ¡Las lágrimas de auténtico sufrimiento me liberarán de la armadura!

Se puso de pie más rápido de lo que lo había hecho en años.

- ¡Ardilla! ¡Rebeca! - gritó - ¡espabilad! ¡vamos al Sendero de la Verdad!

Rebeca y Ardilla estaban tan llenas de alegría con lo que estaba sucediéndole al caballero, que no le dijeron que su rima era malísima. Los tres continuaron la ascención a la montaña. Era un día muy especial para el caballero. Notó las diminutas partículas iluminadas por el sol que flotaban en el aire, filtrándose a través de las ramas de los árboles. Miró con detenimiento la cara de algunos petirrojos y vio que no todas eran iguales.

Le comentó esto a Rebeca, que dio pequeños saltitos, arrullando alegremente.

- Estáis empezando a ver las diferencias en otras formas de vida porque estáis empezando a ver las diferencias en vuestro interior.

El caballero intentó comprender qué quería decir Rebeca exactamente. Era demasiado orgulloso para preguntar, pues todavía pensaba que un caballero debía ser más listo que una paloma.

En ese preciso momento, Ardilla, que había ido a explorar, regresaba alborotada.

- El Castillo del Silencio está justo detrás de la próxima subida.

Emocionado ante la idea de ver al Castillo, el caballero apuró el paso.

Llegó a la cima del monte sin aliento. Era verdad, el castillo se veía a lo  lejos, bloqueando el sendero por completo. El caballero les confió a Ardilla y Rebeca que estaba decepcionado. Había esperado una estructura más elegante. En lugar de eso, el Castillo del Silencio parecía uno más.

Rebeca rió y dijo:

- Cuando aprendáis a aceptar en lugar de esperar, tendréis menos decepciones...

El caballero asintió ante la sabiduría de estas palabras.

- He pasado casi toda mi vida decepcionándome. Recuerdo que, estando en la cuna, pensaba que era el bebé mas bonito del mundo. Entonces, mi niñera me miró y dijo: "tenéis una cara que sólo una madre podría amar". Me sentí decepcionado por ser feo en lugar de hermoso, y me decepcionó que la niñera fuera tan poco amable.

- Si realmente os hubiérais sentido hermoso, no os hubiera importado lo que ella dijo. No os hubiérais decepcionado - explicó Ardilla.

Esto tenía sentido para el caballero.

- Estoy empezando a pensar que los animales son más listos que las personas.

- El hecho de que podáis decir eso os hace tan listo como nosotros - replicó Ardilla.

- No creo que todo esto tenga nada que ver con ser listo - dijo Rebeca - Los animales aceptan y los humanos esperan. Nunca oiréis a un conejo decir: "espero que el sol salga esta mañana para ir al lago a jugar". Si el sol no sale, no le estropeará el día al conejo. Es feliz siendo un conejo.

El caballero pensó en esto. No recordaba a ninguna persona que fuera feliz simplemente por ser una persona.

Al poco rato llegaron a la puerta del enorme castillo. El caballero tomó la llave dorada de su cuello y la introdujo en la cerradura. Y mientras abría la puerta, Rebeca le dijo:

- Nosotras no iremos contigo.

El caballero, que estaba empezando a amar y a confiar en los animales, se sintió decepcionado de que no le acompañaran. Estaba a punto de decirlo cuando se dio cuenta. Estaba esperando otra vez.

Los animales sabían que el caballero dudaba entre entrar o no en el castillo.

- Os podemos mostrar la puerta- dijo Ardilla -, pero tendréis que entrar solo.

Al alejarse volando, Rebeca le llamó alegremente.

- Nos encontraremos al otro lado.                                         

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         Capitulo IV

                                     El Castillo del Silencio.

Abandonado a su suerte, el caballero asomó la cabeza con precaución por la puerta del castillo. Las rodillas le temblaban ligeramente, por lo que producía un ruido metálico a causa de su armadura. Como no quería parecer una gallina frente a una paloma, en caso de que Rebeca pudiera verle, reunió fuerzas y entró valientemente, cerrando la puerta a sus espaldas.

Por un momento deseó no haber dejado atrás su espada, pero Merlin le había prometido que no tendría que matar dragones, y el caballero confiaba plenamente en el mago.

Entró en la enorme antesala del castillo y miró a su alrededor. Sólo vio el fuego que ardía en una enorme chimenea de piedra en uno de los muros y tres alfombras en el suelo. Se sentó en la alfombra mas cercana al fuego.

El caballero pronto se dio cuenta de dos cosas:

Primero, parecía no haber ninguna puerta que lo condujera fuera de la habitación, hacia otras áreas del castillo. Segundo, había un extraordinario y aterrador silencio. Se sobresaltó al notar que el fuego ni siquiera chasqueaba. El caballero pensaba que su castillo era silencioso, especialmente en las épocas en que Julieta no le hablaba durante días, pero aquéllo no era nada comparado con esto. El Castillo del Silencio hacía honor a su nombre, pensó. Jamás en su vida se había sentido tan solo.

De repente, el caballero se sobresalto por el sonido de una voz familiar a sus espaldas.

- Hola, caballero.

El caballero se giró y se sorprendió al ver al rey aproximarse desde una esquina lejana de la habitación.

- ¡Rey! - dijo con la voz entrecortada - Ni siquiera os había visto. ¿Qué estáis haciendo aquí?

- Lo mismo que vos, caballero. Buscando la puerta.

El caballero miró a su alrededor otra vez.

- No veo ninguna puerta.

- Uno no puede ver realmente hasta que comprende - dijo el rey - Cuando comprendáis lo que hay en esta habitación, podréis ver la puerta que conduce a la siguiente.

- Definitivamente, eso espero, rey - dijo el caballero - Me sorprende veros aquí. Había oído que estábais en una cruzada.

- Eso es lo que dicen siempre que viajo por el Sendero de la Verdad - explicó el rey - Mis súbditos lo entienden mejor así.

El caballero parecía perplejo.

- Todo el mundo entiende las cruzadas - dijo el rey - pero muy pocos comprenden la Verdad.

Sí - asintió el caballero - Yo mismo no estaría en este sendero si no estuviera atrapado en esta armadura.

- La mayoría de la gente está atrapada en su armadura - declaró el rey.

- ¿Qué queréis decir? - preguntó el caballero.

- Ponemos barreras para protegernos de quienes creemos que somos. Luego un día quedamos atrapados tras las barreras y ya no podemos salir.

- Nunca pensé que vos estuviérais atrapado, rey. Sois tan sabio... - dijo el caballero.

El rey soltó una carcajada.

- Soy lo suficientemente sabio como para saber cuando estoy atrapado, y también para regresar aquí para aprender más de mí mismo.

El caballero estaba entusiasmado, pensando que quizás el rey podría mostrarle el camino.

- Decidme - dijo el caballero, con su rostro iluminado - ¿podríamos atravesar el castillo juntos? Así no sería tan solitario...

El rey negó con la cabeza.

- Una vez lo intenté. Es verdad que mis compañeros y yo no nos sentíamos solos porque hablábamos constantemente, pero cuando uno habla es imposible ver la puerta de salida de esta habitación.

- Quizás podríamos limitarnos a caminar juntos, sin hablar - sugirió el caballero. No le apetecía mucho tener que caminar solo por el Castillo del Silencio.

El rey volvió a negar con la cabeza, esta vez con más fuerza.

- No, también lo intenté. Hizo que el vacío fuera menos doloroso, pero tampoco pude ver la puerta de salida.

El caballero protestó.

- Pero si no estábais hablando...

- Permanecer en silencio es algo más que no hablar - dijo el rey - Descubrí que, cuando estaba con alguien, mostraba sólo mi mejor imagen. No dejaba caer mis barreras, de manera que ni yo, ni la otra persona podíamos ver lo que yo intentaba esconder.

- No lo capto - dijo el caballero.

- Lo comprenderéis  - replicó el rey - cuando hayáis permanecido aquí el tiempo suficiente. Uno debe estar solo para dejar caer su armadura.

El caballero estaba desesperado. . .

- ¡No quiero quedarme aquí solo! - exclamó, golpeando el suelo con el pie, y dejándolo caer involuntariamente sobre el pie del rey.

El rey gritó de dolor y comenzó a dar saltos.

¡El caballero estaba horrorizado! Primero al herrero, ahora al rey.

- Perdonad , señor - dijo, disculpándose.

El rey se acarició el pie con suavidad.

- Oh, bueno. Esa armadura os hace más daño a vos que a mí - luego, miró al caballero con expresión sabia - Comprendo que no queráis quedaros solo en el castillo. Yo tampoco lo deseaba las primeras veces que estuve aquí, pero ahora me doy cuenta de que lo que uno ha de hacer aquí, lo ha de hacer solo - Dicho esto, se alejó cojeando al tiempo que decía : - ahora debo irme.

Perplejo el caballero preguntó:

- ¿Adónde vais? La puerta esta por aquí.

- Esa puerta es sólo de entrada. La puerta que lleva a la siguiente habitación está en la pared más lejana. La vi, por fin, cuando vos entrábais - dijo el rey.

- ¿Que queréis decir con que por fin la visteis? ¿No recordábais donde estaba, de las otras veces que estuvísteis aquí? - preguntó el caballero, sin comprender por qué el rey continuaba viniendo.

- Uno nunca acaba de viajar por el Sendero de la Verdad. Cada vez que vengo, a medida que voy comprendiendo cada vez más, encuentro nuevas puertas - el rey se despidió con la mano - Tratáos bien, amigo mío.

- ¡ Aguardad, por favor! - le suplicó el caballero.

El rey se volvió y le miró con compasión.

- ¿Si?

El caballero, que no podía hacer que tambaleara la decisión del rey, pidió:

- ¿Hay algún consejo que me podáis dar antes de iros ?

El rey lo pensó un momento, luego respondió.

- Esto es un nuevo tipo de cruzada para vos, querido caballero: una que requiere mas coraje que todas las otras batallas que habéis conocido antes, si lográis reunir las fuerzas necesarias y quedaros para hacer lo que tenéis que hacer aquí, será vuestra mayor victoria.

Dicho esto el rey se giró y, estirando el brazo como para abrir una puerta, desapareció en la pared, dejando perplejo al caballero.

El caballero corrió al sitio donde había estado el rey, esperando que, de cerca, también podría ver la puerta. Al encontrar tan sólo lo que parecía una pared sólida, comenzó a caminar por toda la habitación. Lo único que el caballero podía oír era el sonido de su armadura resonando por todo el castillo. Después de un rato, se sentía más deprimido que nunca. Para animarse, cantó un par de canciones de batalla: “Estaré Contigo para llevarte a una cruzada, cariño” y “Donde quiera que deje mi yelmo esa será mi casa”. Las cantó una y otra vez.

A medida que su voz se fue cansando, la quietud comenzó a ahogar su canto, envolviéndolo en el silencio más absoluto. Sólo entonces pudo el caballero admitir francamente algo que ya sabía: tenía miedo de estar solo.

En ese momento, vio una puerta en la pared más lejana de la habitación. Fue hasta ella, la abrió lentamente, y entró en otra habitación. Esta otra sala se parecía mucho a la anterior, sólo que era más pequeña. También esta estaba vacía de todo sonido.

Para pasar el tiempo, el caballero comenzó a hablar consigo mismo. Decía cualquier cosa que se le venía a la mente. Habló de cómo era de pequeño y de qué manera era diferente de los otros niños que conocía. Mientras cazaban codornices y jugaban a "ponle la cola al burro", él se quedaba en casa y leía. Como en aquel entonces los libros eran manuscritos de los monjes, había pocos y, muy pronto, los hubo leído todos. Fue entonces cuando comenzó a hablar con todo aquél que pasaba delante de él.

Cuando no había con quién hablar, hablaba consigo mismo, igual que ahora.

Se encontró diciendo que había hablado tanto durante toda su vida para evitar sentirse solo.

El caballero pensó profundamente sobre ésto, hasta que el sonido de su propia voz rompió el aterrador silencio.

- Supongo que siempre he tenido miedo de estar solo.

Mientras pronunciaba estas palabras, otra puerta se hizo visible. El caballero la abrió y entró en la siguiente habitación. Era más pequeña aún que la anterior.

Se sentó en el suelo y continuó pensando. Al poco rato le vino el pensamiento de que, durante toda su vida, había perdido el tiempo hablando de lo que había hecho y de lo que iba a hacer. Nunca había disfrutado de lo que le pasaba en el momento. Y entonces apareció otra puerta. Llevaba a una habitación aún más pequeña que las anteriores.

Animado por su progreso, el caballero hizo algo que nunca antes había hecho.

Se quedó quieto y escuchó el silencio. Se dio cuenta de que, durante la mayor parte de su vida, no había escuchado realmente a nadie ni a nada. El sonido del viento, de la lluvia, el sonido del agua que corre por los arroyos, habían estado siempre ahí, pero en realidad nunca los había oído.

Tampoco había oído a Julieta cuando ella intentaba decirle cómo se sentía, especialmente cuando estaba triste. Le hacía recordar que él también estaba triste. De hecho, una de las razones por las que había decidido dejarse la armadura puesta todo el tiempo eras porque así ahogaba la triste voz de Julieta. Todo lo que tenía que hacer era bajar la visera y ya no la oía.

Julieta debía de haberse sentido muy sola hablando con un hombre envuelto en acero, tan sola como él se había sentido en esta lúgubre habitación. Su propio dolor y su soledad afloraron. Comenzó a sentir el dolor y la soledad de Julieta también. Durante años, la había obligado a vivir en un castillo de silencio. Se puso a llorar.

El caballero lloró tanto que las lágrimas se derramaron por los agujeros de la visera y empaparon la alfombra que había debajo de él. Las lágrimas fluyeron hasta la chimenea y apagaron el fuego. En realidad, toda la habitación había comenzado a inundarse, y el caballero se hubiera ahogado si no fuera porque, en ese preciso instante, apareció otra puerta.

Aunque estaba exhausto por el diluvio, se arrastró hacia la puerta, la abrió y entró en una habitación que no era mucho mayor que el establo de su caballo.

- Me pregunto por qué las habitaciones son cada vez más pequeñas - dijo en voz alta.

Una voz replicó:

- Porque os estáis acercando a vos mismo...

Sobresaltado, el caballero miró a su alrededor. Estaba solo, o eso había creído. ¿Quién había hablado?

- Tú has hablado - dijo la voz, como respuesta a su pensamiento.

La voz parecía venir de dentro de sí mismo. ¿Era eso posible?

- Sí, es posible - respondió la voz - Soy tu yo verdadero.

- Pero si yo soy mi yo verdadero - protestó el caballero.

- Mírate - pronunció la voz, con ligera aversión - ahí sentado, medio muerto, dentro de ese montón de lata, con la visera oxidada y la barba hecha una sopa. Si tú eres tu verdadero yo, ¡los dos estamos en problemas!

- Ahora óyeme tuúa mí - dijo el caballero - He vivido todos estos años sin oír una sóla palabra sobre tí. Ahora que oigo, lo primero que me dices es que tú eres mi verdadero yo... ¿por qué no me habías hablado antes?

- He estado aquí durante años - replicó la voz - pero ésta es la primera vez que estás lo suficientemente silencioso como para oirme.

El caballero dudó.

- Si tú eres mi verdadero yo, entonces, por favor, dime , ¿quién soy yo?

La voz replico amablemente:

- No puedes pretender aprender todo de golpe. ¿Por qué no te vas a dormir?

- Está bien - dijo el caballero - pero antes, quiero saber cómo debo llamarte.

- ¿Llamarme? - preguntó la voz, perpleja - ¡Pero si yo soy tú!

- No puedo llamarte yo. Me confunde.

- Está bien. Llámame Sam.

- ¿Por qué Sam?

- ¿Y por qué no? - fue la repuesta.

- Tienes que conocer a Merlin - dijo el caballero, empezando a cabecear de cansancio. Luego se le cerraron los ojos mientras se sumergía en un profundo y dulce sueño.

Cuando despertó, no sabía dónde estaba. Tan sólo era consciente de sí mismo. El resto del mundo parecía haberse desvanecido. A medida que se fue despertando, el caballero se fue dando cuenta de que Ardilla y Rebeca estaban sentadas sobre su pecho.

- ¿Como habéis entrado aquí? - preguntó.

Ardilla rió.

- No estamos ahí.

- Vos estáis aquí - arrulló Rebeca.

El caballero abrió más los ojos y se sentó. Miró a su alrededor sorprendido.

Sin lugar a dudas, se encontraba sentado sobre El Sendero de la Verdad, al otro lado del Castillo del Silencio.

- ¿Cómo salí de allí?- preguntó.

Rebeca le respondió:

- De la única manera posible... pensando.

- Lo último que recuerdo - dijo el caballero - es que estaba hablando con... - aquí se detuvo. Quería contarles a Ardilla y Rebeca acerca de Sam, pero no era fácil de explicar. Además, podía habérselo imaginado todo. Tenía mucho que pensar. El caballero se rascó la cabeza, pero tardó un momento en darse cuenta de que, en realidad, estaba rascando su propia piel. Se llevó las dos manos envueltas en acero a la cabeza. ¡Su yelmo había desaparecido!

Se tocó la cara y la larga barba -. ¡Ardilla! ¡Rebeca! - gritó.

- Ya lo sabemos - dijeron en un alegre unísono - Habéis debido llorar otra vez en el Castillo del Silencio.

- Lo hice - replicó el caballero - Pero, ¿cómo pudo haberse oxidado todo un yelmo en una noche?

Los animales rieron con estrépito. Rebeca yacía sin aliento, dando aletazos contra el suelo. Al caballero le pareció que estaba fuera de sus pajarillos.

Exigió que le hicieran saber qué era tan gracioso.

Ardilla fue la primera en recuperar el aliento.

- No estuvísteis sólo una noche en el castillo.

- Entonces, ¿durante cuánto tiempo?

- ¿Y si os dijera que mientras estabais ahí dentro pude haber recogido fácilmente más de cinco mil nueces?

- ¡Diría que estáis loca! - exclamó el caballero.

- Pues permanecísteis en el castillo durante mucho, muchísimo tiempo.

El caballero dejó caer la mandíbula incrédulo. Miró hacia el cielo y, con una resonante voz, dijo:

- Merlin, debo hablar con vos.

Como había prometido, el mago apareció inmediatamente. Iba desnudo, a xcepción de su larga barba, y estaba completamente mojado. Parecía que el caballero le había llamado mientras tomaba un baño.

- Lamento la intrusión - dijo el caballero - pero era una urgencia. Yo...

- No hay problema - dijo Merlin interrumpiéndolo - Los magos somos molestados

a menudo. - Se sacudió el agua de la barba -. Respondiendo a vuestra pregunta, he de deciros que es verdad. Permanecísteis en el Castillo del Silencio por un largo tiempo.

Merlin no dejaba de sorprender al caballero.

- ¿Cómo sabíais lo que quería preguntaros?

- Cómo me conozco, puedo conoceros. Somos todos partes el uno del otro.

El caballero pensó un momento.

- Estoy empezando a entender. ¿He podido comprender el dolor de Julieta porque soy parte de ella?

- Sí - respondió Merlín - Por eso pudísteis llorar por ella y por vos mismo.

Fue la primera vez que derramásteis lágrimas por otra persona...

El caballero le dijo a Merlin que se sentía orgulloso. El mago sonrió indulgente.

- Uno no debe sentirse orgulloso por ser humano. Tiene tan poco sentido como que Rebeca se sintiera orgullosa por poder volar. Rebeca nació con alas.

Vos nacísteis con un corazón, y ahora lo estáis utilizando, como es natural.

- Realmente sabéis como desanimar a un amigo, Merlin.

- No era mi intención ser duro con vos. Lo estáis haciendo bien. De no ser así, no hubierais conocido a Sam.

El caballero se sintió aliviado.

- Entonces, ¿lo oí realmente? ¿no fue solo mi imaginación?

Merlin soltó una risita ahogada.

- No, Sam es real. De hecho, es un yo más real que el que habéis estado llamando yo durante todos estos años. No os estáis volviendo loco. Simplemente, estáis empezando a oir a vuestro yo verdadero. Por esta razón el tiempo transcurrió sin que os diérais cuenta.

- No lo comprendo - dijo el caballero.

- Comprenderéis cuando hayáis pasado por el Castillo del Conocimiento.

Antes de que el caballero pudiera hacer más preguntas, Merlin desapareció.


                                           Capitulo V

                                   El Castillo del Conocimiento.

El caballero, Ardilla y Rebeca continuaron el viaje por el Sendero de la Verdad, en dirección al Castillo del Conocimiento. Se detuvieron tan sólo dos veces ese día, una para comer y otra para que el caballero afeitara su escuálida barba y cortara su largo cabello con el borde afilado del guantelete. Una vez hecho esto, el caballero tuvo mejor aspecto y se sintió mucho mejor, más libre que antes. Sin el yelmo, podía comer nueces sin la ayuda de Ardilla. Aunque había apreciado la técnica salvavidas, no consideraba que aquéllo fuera un modo de vida realmente elegante. Se podía alimentar también de frutas y raíces, a las que se había acostumbrado. Nunca mas comería paloma, ni ninguna otra ave o carne, pues se daba cuenta de que hacerlo seria, literalmente, como comerse a sus amigos.

Justo antes de caer la noche, el trío continuó caminando penosamente por un monte y contempló el Castillo del Conocimiento a la distancia. Era mayor que el Castillo del Silencio, y la puerta era de oro sólido.

Era el Castillo mas grande que el caballero hubiera visto jamas, incluso mayor que el que el caballero se había construido. El caballero contempló la impresionante estructura y se preguntó quién lo habría diseñado.

En ese preciso momento, sus pensamientos fueron interrumpidos por la voz de Sam.

- El Castillo del Conocimiento fue diseñado por el propio Universo: la fuente de todo conocimiento.

El caballero se sintió sorprendido y a la vez complacido de volver a escuchar la voz de Sam.

- Me alegro de que hayas vuelto - dijo.

- En realidad, nunca me fui - replicó Sam. Recuerda que yo soy tú.

- Por favor, no quiero volver a escuchar eso. ¿Qué te parezco ahora que me he afeitado y me he cortado el pelo?

- Es la primera vez que sacas provecho de ser esquilado - replicó Sam.

El caballero rió con la broma de Sam. Le gustaba su sentido del humor. Si el Castillo del Conocimiento se asemejaba al Castillo del Silencio, estaría feliz de tener a Sam por compañía.

El caballero, Rebeca y Ardilla cruzaron el puente levadizo por encima del foso y se detuvieron ante la dorada puerta. El caballero tomó la llave que colgaba de su cuello e hizo girar la cerradura. Al abrir la puerta, le preguntó a Rebeca y a Ardilla si se irían como lo habían hecho en el Castillo del Silencio.

- No - replicó Rebeca. El silencio es para uno, el conocimiento es para todos.

El caballero se preguntó cómo era posible que se considerara a una paloma un blanco fácil.

Los tres atravesaron la puerta y penetraron en una oscuridad, tan densa que el caballero no podía ver ni su propia mano. El caballero busco a tientas las acostumbradas antorchas que suelen estar en la entrada de los castillos, pero no había ninguna. ¿Un castillo con puerta de oro y sin antorchas?

- Incluso los castillos de la zona barata tienen antorchas - refunfuñó el caballero al tiempo que Ardilla lo llamaba.

El caballero tanteó el camino hacia donde se encontraba ella y vio que estaba señalando una inscripción que brillaba en la pared. Decía: "El conocimiento es la luz que iluminará vuestro camino".

- Preferiría una antorcha - penso el caballero - quienquiera que sea el que gestiona este castillo, está decidido a reducir las facturas de la luz.

Sam habló:

- Significa que cuantas más cosas sepas, más luz habrá en el interior del castillo.

- ¡Apuesto a que tienes razón, Sam! - exclamó el caballero. Y un rayo de luz se filtró en la habitación.

En ese preciso momento, Ardilla volvió a llamar al caballero para que se reuniera con ella. Había encontrado otra brillante inscripción grabada en la pared: "¿Habéis confundido la necesidad con el amor?"

Todavía perturbado, el caballero masculló:

- Supongo que tengo que encontrar la respuesta para conseguir un poco más de luz.

- Lo estás tomando rápidamente - replicó Sam, a lo que el caballero respondió bufando:

- No tengo tiempo para jugar a Preguntas y Respuestas. ¡Quiero encontrar mi camino por el castillo para poder llegar pronto a la cima de la montaña!

- Tal vez lo que tengáis que aprender aquí sea que tenéis todo el tiempo del mundo - sugirió Rebeca.

El caballero no estaba de un ánimo muy receptivo, y no tenia ganas de oir su filosofía.

Por un momento consideró la posibilidad de internarse en la oscuridad del castillo e intentar atravesarlo.

La negrura, sin embargo, era bastante intimidadora y, sin su espada, se sentía temeroso. Le pareció que la única alternativa que le quedaba era intentar descifrar el significado de la inscripción. Suspiró y se sentó ante ella. La leyó otra vez: "¿Habéis confundido la necesidad con el amor?"

El caballero sabía que amaba a Julieta y a Cristóbal, aunque tenía que admitir que había amado más a Julieta antes de que le diera por ponerse bajo los toneles de vino y vaciar su contenido en su boca.

Sam dijo:

- Si, amábais a Julieta y a Cristóbal, pero, ¿no los necesitábais también?

- Supongo que sí - admitió el caballero.

Había necesitado toda la belleza que Julieta le añadía a su vida con su inteligencia y con su encantadora poesía. Había también necesitado las cosas agradables que ella solía hacer, como invitar amigos para que lo animaran, después de que se quedara atrapado en su armadura.

Se acordó de las épocas en las que el asunto de la caballería había estado bajo mínimos y no se podían permitir comprar ropa nueva o contratar sirvientes.  Julieta había confeccionado hermosos vestidos para la familia y había preparado deliciosos platos para el caballero y los amigos. El caballero reconoció que Julieta había mantenido siempre el castillo muy limpio. Y él le había dado muchos castillos para limpiar. A menudo habían tenido que mudarse a un castillo más barato, cuando el había regresado de las cruzadas sin un centavo. Había dejado que Julieta hiciera casi todas las mudanzas ella sola, pues él solía estar siempre en algún torneo. Recordó su aspecto agotado, mientras llevaba las pertenencias de un castillo a otro, y cómo se había puesto cuando se vio imposibilitada de tocarlo, a causa de su armadura.

- ¿No fue entonces cuando Julieta empezó a ponerse bajo los toneles de vino?- preguntó Sam suavemente.

El caballero asintió y las lágrimas brotaron de sus ojos. Después, se le ocurrió algo espantoso: no había querido culparse de las cosas que hacía. Había preferido culpar a Julieta por todo el vino que bebía. De hecho, le venía bien que ella bebiera, así podía decir que todo era por su culpa, incluyendo el hecho de que el estuviera atrapado en la armadura.

A medida que el caballero se iba dando cuenta de lo injusto que había sido con Julieta, las lagrimas iban cayendo por sus mejillas. Sí, la había necesitado más de lo que la había amado. Deseó haberla necesitado menos y amado más, pero no había sabido hacerlo.

Mientras continuaba llorando, le vino a la cabeza que también había necesitado a Cristóbal más de lo que lo había amado. Un caballero necesitaba un hijo para que partiera a las batallas y luchara en nombre de su padre cuando éste se hiciera mayor. Esto no quería decir que el caballero no amara a Cristóbal, pues amaba la belleza de su hijo. También disfrutaba oyéndole decir "te quiero, papa"; pero, así como amaba estas cosas de Cristóbal, también respondían a una necesidad suya.

Un pensamiento le vino a la mente como relámpago: ¡había necesitado el amor de Julieta y de Cristóbal porque no se amaba a sí mismo!. De hecho, había necesitado el amor de todas las damiselas que había rescatado y de toda la gente por la que había luchado en las cruzadas porque no se amaba a sí mismo.

El caballero lloró aun más al darse cuenta de que, si no se amaba, no podía amar realmente a otros. Su necesidad de ellos se interpondría.

Al admitir ésto, una hermosa y resplandeciente luz brilló a su alrededor, ahí donde antes había habido oscuridad. Una mano se posó suavemente sobre su hombro. Miró a través de sus lágrimas y vio a Merlin que le sonreía.

- Habéis descubierto una gran verdad- le dijo el mago al caballero -. Solo podéis amar a otros en la medida en que os améis a vos mismo.

- ¿Y cómo hago para empezar a amarme? - preguntó el caballero.

- Ya habéis empezado, al saber lo que ahora sabéis - dijo Merlin.

- Sé que soy un tonto - sollozó el caballero.

- No, conocéis la verdad, y la verdad es amor.

Esto consoló al caballero, que dejo de llorar. A medida que sus lágrimas se fueron secando, fue notando la luz que había a su alrededor. Era distinta de cualquier luz que hubiera visto antes.

Parecía no venir de ningún lugar, y de todos los lugares a la vez.

Merlin hizo eco del pensamiento del caballero.:

- No hay nada mas hermoso que la luz del conocimiento.

El caballero miró la luz que le rodeaba y luego hacia la lejana oscuridad.

- Para vos no hay oscuridad en este castillo, ¿no es verdad?

- No - replicó Merlin - ya no.

Animado, el caballero se puso de pie, listo para continuar. Le agradeció a Merlin por haber aparecido, incluso sin haber sido llamado.

- Esta bien - dijo el mago - Uno no siempre sabe cuándo pedir ayuda.

Y, dicho esto, desapareció.

Cuando el caballero se dispuso a continuar, Rebeca apareció volando desde la oscuridad.

- ¡Escuchad! - dijo toda emocionada - ¡Esperad a ver lo que voy a mostraros!

El caballero nunca había visto a Rebeca tan excitada. Normalmente, era más bien tranquila, pero ahora no dejaba de dar saltos sobre su hombro, sin poder contenerse mientras guiaba al caballero y a Ardilla hacia un espejo.

- ¡Es eso! ¡Es eso! - gorjeó en voz alta, los ojos brillando de entusiasmo.

El caballero tuvo una decepción.

- Es sólo un viejo espejo - dijo impaciente - Vamos, pongámonos en marcha.

- No es un espejo corriente - insistió Rebeca - No refleja tu aspecto. Refleja cómo eres de verdad.

El caballero estaba intrigado, pero no estaba entusiasmado. Nunca le habían importado mucho los espejos porque nunca se había considerado muy guapo.

Pero Rebeca insistió, así que, de mala gana, se colocó ante el espejo y contempló su reflejo. Para su gran sorpresa, en lugar de un hombre alto con ojos tristes y nariz grande, con una armadura hasta el cuello, vio a una persona encantadora y vital, cuyos ojos brillaban con amor y compasión.

- ¿Quién es? - preguntó.

Ardilla respondió:

- Sois vos.

- Este espejo es un fantasma - dijo el caballero - Yo no soy así.

- Estáis viendo a vuestro yo verdadero - explicó Sam. El yo que vive bajo esta armadura.

- Pero - protestó el caballero, contemplándose con atención en el espejo - ese hombre es un espécimen perfecto. Y su rostro está lleno de inocencia y belleza.

- Ese es tu potencial - le respondió Sam - ser hermoso, inocente y perfecto.

- Si ese es mi potencial - dijo el caballero - algo terrible me sucedió en el camino.

- Sí - replicó Sam - pusiste una armadura invisible entre tú y tus verdaderos sentimientos. Ha estado ahí durante tanto tiempo que se ha hecho visible y permanente.

- Quizás sí escondí mis sentimientos - dijo el caballero - Pero no podía decir simplemente todo lo que se me pasaba por la cabeza y hacer todo lo que me apetecía. Nadie me hubiera querido.

El caballero se detuvo al pronunciar estas palabras, pues se dio cuenta que se había pasado toda la vida intentando agradar a la gente. Pensó en todas las cruzadas en las que había luchado, los dragones que había matado, y en las damiselas en apuros que había rescatado: todo para demostrar que era bueno, generoso y amoroso. En realidad, no tenía que demostrar nada. Era bueno, generoso y amoroso.

- ¡Jabalinas saltarinas! - exclamó - He desperdiciado toda mi vida.

- No - dijo Sam rápidamente - No la has desperdiciado. Necesitabas tiempo para aprender todo lo que has aprendido.

- Todavía tengo ganas de llorar - dijo el caballero.

- Pues, eso sí sería un desperdicio - dijo Sam.

Acto seguido, entonó esta canción:

            "Las lagrimas de autocompasión no te pueden ayudar.

            No son del tipo que a tu armadura puedan eliminar."

El caballero no estaba de humor para apreciar ni la canción ni el humor de Sam.

- Deja ya esas pesadas rimas, o te echaré fuera - chilló.

- No me puedes echar - rió Sam  - Yo soy tú. ¿No lo recuerdas?

En ese momento, el caballero se hubiera pegado un tiro gustoso con tal de ibrarse de Sam, más, por fortuna, aún no habían inventado las armas de fuego. Aparentemente, no había manera de librarse de Sam.

El caballero se miró en el espejo otra vez. La amabilidad, la compasión, la inteligencia y la generosidad le devolvieron la mirada. Se dio cuenta de que todo lo que tenía que hacer para tener todas esas cualidades era reclamarlas, pues siempre habían estado ahí.

Ante este pensamiento, la hermosa luz brilló una vez más, con más fuerza que antes. Iluminó toda la habitación revelando, para sorpresa del caballero, que el castillo tenía tan solo una gigantesca habitación.

- Es la construcción estándar para un Castillo de Conocimiento - dijo Sam.

- El verdadero conocimiento no se divide en compartimentos, porque todo procede de una única verdad.

El caballero asintió. Estaba listo para partir justo cuando Ardilla se acercó corriendo.

- Este castillo tiene un patio con un gran manzano en el centro.

- Oh, llévame a él - pidió el caballero ansioso, pues empezaba a tener hambre.

El caballero y Rebeca siguieron a Ardilla hasta el patio. Las robustas ramas del árbol se torcían por el peso de las manzanas más brillantes y rojas que el caballero hubiera visto jamás.

- ¿Te gustan las manzanas? - preguntó Sam.

El caballero se encontró riendo. Luego notó una inscripción grabada en una losa junto al árbol:

            "Por esta fruta no impongo condición,
            pero ahora aprenderéis acerca de la ambición."

El caballero reflexionó sobre ésto pero, con franqueza, no tenía ni idea de lo que significaba. Finalmente, decidió olvidarlo.

- Si lo haces, no saldremos de aquí - dijo Sam.

El caballero gruñó.

- Estas inscripciones son cada vez más difíciles de entender.

- Nadie dijo que el Castillo del Conocimiento fuera fácil - dijo Sam con firmeza.

El caballero suspiró, tomó una manzana y se sentó bajo el árbol con Rebeca y Ardilla.

- ¿Vosotras lo entendéis? - les preguntó.

Ardilla negó con la cabeza.

El caballero miró a Rebeca, que también negó con la cabeza.

- Pero lo que sí se - dijo pensativa - es que no tengo ninguna ambición.

- Ni yo - intervino Ardilla - y apuesto a que este árbol tampoco tiene ninguna.

- Tiene razón - dijo Rebeca - Este árbol es como nosotras. No tiene ambiciones. Quizás vos no necesitéis ninguna.

- Eso está bien para los animales y los árboles - dijo el caballero - Pero, ¿qué sería de una persona si no tuviese ambición?

- Feliz - dijo Sam.

- No, no lo creo.

- Todos estáis en lo cierto - dijo una voz familiar.

El caballero se volvió y vio a Merlin de pie, detrás de él y los animales.

El mago vestía su larga túnica blanca y llevaba un laúd.

- Estaba a punto de llamaros, Merlin - dijo el caballero.

- Lo se- replicó el mago -. Todo el mundo necesita ayuda para entender a un árbol. Los árboles son felices simplemente siendo árboles, al igual que Rebeca y Ardilla son felices siendo simplemente lo que son.

- Pero los humanos somos distintos - protestó el caballero. Tenemos mente.

- Nosotros también tenemos mente - declaró Ardilla, un tanto ofendida.

- Lo siento. Es sólo que los seres humanos tenemos mentes más complicadas que hacen que deseemos ser mejores - explicó el caballero.

- ¿Mejores que qué? - preguntó Merlin, tañendo ociosamente unas notas en su laúd.

- Mejores de lo que somos - respondió el caballero.

- Nacéis hermosos, inocentes y perfectos. ¿Qué podría ser mejor que eso?- demandó Merlin.

- No, quiero decir que queremos ser mejores de lo que pensamos que somos, y mejores que los demás... ya sabéis, como yo, que siempre he querido ser el mejor caballero del reino.

- Ah, sí - admitió Merlín - la ambición de vuestra complicada mente os llevó a intentar demostrar que erais mejor que otros caballeros.

- ¿Y que hay de malo en ello?- preguntó el caballero a la defensiva.

- ¿Como podíais ser mejor que otros caballeros si todos nacísteis tan inocentes y perfectos como érais?

- Al menos era feliz intentándolo- replicó el caballero.

- ¿Lo érais? ¿O es que estábais tan ocupado intentando serlo que no podíais disfrutar del simple hecho de ser?

- Me estais confundiendo - musitó el caballero - Sé que las personas necesitan tener ambición. Desean ser listas y tener bonitos castillos y poder cambiar el caballo del año pasado por uno nuevo. Quieren progresar.

- Ahora estáis hablando del deseo del hombre de enriquecerse; pero si una persona es generosa, amorosa, compasiva, inteligente y altruista, ¿cómo podría ser más rica?

- Esas riquezas no sirven para comprar castillos y caballos - dijo el caballero.

- Es verdad - Merlin esbozó una sonrisa - hay más de un tipo de riquezas, así como hay más de un tipo de ambición.

- A mí me parece que la ambición es la ambición. O deseas progresar o no lo deseas.

- Es más complicado que todo eso - respondió el mago. La ambición que proviene de la mente te pude servir para conseguir bonitos castillos y buenos caballos. Sin embargo, sólo la ambición que proviene del corazón puede darte, además, la felicidad.

- ¿Qué es la ambición del corazón? - le cuestionó el caballero.

- La ambición del corazón es pura. No compite con nadie y no hace daño a nadie. De hecho, le sirve a uno de tal manera que sirve a otras al mismo tiempo.

- ¿Cómo? - preguntó el caballero, esforzándose por comprender.

- Es aquí donde podemos aprender del manzano. Se ha convertido en un árbol hermoso y maduro, que da generosamente sus frutos a todos. Cuantas más manzanas tome la gente - dijo Merlin - más crece el árbol y más hermoso deviene. Este árbol hace exactamente lo que un manzano debe hacer: desarrollar su potencial para beneficio de todos. Lo mismo sucede con las personas que tienen ambiciones del corazón.

- Pero - objetó el caballero - si me pasara el día regalando manzanas, no podría tener un elegante castillo y no podría cambiar el caballo del año pasado por uno nuevo.

- Vos, como la mayoría de la gente, queréis poseer muchas cosas bonitas, pero es necesario separar la necesidad de la codicia.

- Decidle eso a una esposa que quiere un castillo en un barrio mejor - replicó mordaz el caballero.

Una expresión divertida se dibujó en el rostro de Merlin.

- Podrías vender algunas de vuestras manzanas para pagar el castillo y el caballo. Después podríais dar las manzanas que no necesitárais para que los demás se alimentasen.

- Este mundo es más fácil para los arboles que para las personas - dijo el caballero filosóficamente.

- Es una cuestión de percepción- dijo Merlin. Recibís la misma energía vital que el árbol. Utilizáis la misma agua, el mismo aire y la misma nutrición de la tierra. Os aseguro que, si aprendéis del árbol, podréis dar frutos y no tardaréis en tener todos los caballos y castillos que deseáis.

- ¿Queréis decir que podría conseguir todo lo que necesito simplemente quedándome quieto en mi propio jardín? - preguntó el caballero.

Merlin ríó.

- A los seres humanos se les dio dos pies para que no tuvieran que permanecer en un mismo lugar, pero si se quedaran quietos más a menudo para poder aceptar y apreciar, en lugar de ir de aquí para allá, intentando apoderarse de todo lo que pueden, entenderían verdaderamente lo que es la ambición del corazón.

El caballero permaneció en silencio, reflexionando sobre las palabras de Merlin. Estudió el manzano que florecía ante sus ojos.

Observo a Ardilla, a Rebeca y a Merlin. Ni el árbol ni los animales tenían ambición, y la ambición de Merlin provenía de su corazón. Todos parecían sanos y felices; eran hermosos especímenes de la vida.

Después pensó en si mismo, escuálido y con una barba que empezaba a tener mal aspecto. Estaba malnutrido, nervioso y exhausto por tener que arrastrar su pesada armadura. Había adquirido todo esto por su ambición mental, y ahora comprendía que todo eso debía cambiar. La idea le inspiraba temor, pero luego pensó que ya lo había perdido todo, así que, ¿qué mas podía perder?

- A partir de este momento, mis ambiciones vendrán del corazón - prometió el caballero. Mientras pronunciaba estas palabras, el castillo y Merlin desaparecieron, y el caballero se encontró otra vez en el Sendero de la Verdad, con Rebeca y Ardilla. Junto al sendero se extendía un cabrilleante arroyo. Sediento, se arrodilló para beber de su agua y notó con sorpresa que la armadura que cubría sus brazos y piernas se había oxidado y caído. Su barba había crecido. Era evidente que el Castillo del Conocimiento, al igual que el Castillo del Silencio, había jugado con el tiempo.

El caballero reflexionó sobre este extraño fenómeno y no tardó en darse cuenta de que Merlin estaba en lo cierto. Decidió que era verdad, que el tiempo transcurría con rapidez cuando uno se escuchaba a sí mismo. Recordó cuantas veces el tiempo se había hecho eterno mientras el esperaba que otras personas lo llenaran.

Ahora que todo lo que quedaba de su armadura era el peto, el caballero sé sintió más ligero y más joven de lo que se había sentido en años. También descubrió que no se había sentido tan bien consigo mismo desde hacía mucho tiempo. Con el paso firme de un muchacho, partió hacia el Castillo de la Voluntad y Osadía con Rebeca volando sobre su cabeza y Ardilla corriendo a sus pies.

                                          


          Capitulo VI

                               El Castillo de la Voluntad y Osadia.

Hacia el amanecer del día siguiente, el inverosímil trío llegó al último castillo. Era más alto que los otros y sus muros parecían más gruesos.

Confiado de que atravesaría velozmente este castillo, el caballero cruzó el puente levadizo con los animales.

Cuando estaban a medio camino se abrió de golpe la puerta del castillo y un enorme y amenazador dragón, cubierto de relucientes escamas verdes, surgió de su interior, echando fuego por la boca. Espantado, el caballero se paró en seco.

Había visto muchos dragones, pero este no se parecía a ninguno. Era enorme, y las llamas salían no sólo de sus boca, como sucedía con cualquier dragón común y corriente, sino también de sus ojos y oídos. Y, por si esto fuera poco, las llamas eran azules, lo cual quería decir que este dragón tenia un alto contenido de butano.

El caballero buscó su espada, pero su mano no encontró nada. Comenzó a temblar. Con una voz débil e irreconocible, el caballero pidió ayuda a Merlin, mas, para su desesperación, el mago no apareció.

- ¿Por qué no viene? - preguntó ansiosamente, al tiempo que esquivaba una llamarada azul del monstruo.

- No lo sé - replicó Ardilla - Normalmente se puede contar con él.

Rebeca, sentada sobre el hombro del caballero, ladeó la cabeza y escuchó con atención.

- Por lo que he podido captar, Merlin esta en París, asistiendo a una conferencia de magos.

- No me puede abandonar ahora - se dijo el caballero - Me prometió que no habría dragones en el Sendero de la Verdad.

- Se refería a los dragones comunes y corrientes - rugió el monstruo con una voz que hizo temblar los arboles y por poco hizo caer a Rebeca del hombro del caballero.

La situación parecía seria...

Un dragón que podía leer las mentes era definitivamente lo peor que se podía esperar pero, de alguna manera, el caballero logró dejar de temblar. Con la voz más fuerte y potente que pudo, gritó:

- ¡Fuera de mi camino, bombona de butano gigante!

La bestia bufó, lanzando fuego en todas direcciones.

- Caramba, ¡qué atrevido el gatito asustado!

El caballero, que no sabía qué hacer, intentó ganar tiempo.

- ¿Qué haces en el Castillo de la Voluntad y Osadía? - preguntó.

- ¿Hay algún sitio mejor donde yo pueda vivir? Soy el dragón del Miedo y la Duda.

El caballero reconoció que el nombre era muy acertado. Miedo y duda eran exactamente lo que sentía.

El dragón volvió a vociferar:

- Estoy aquí para acabar con todos los listillos que piensan que pueden derrotar a cualquiera simplemente porque han pasado por el Castillo del Conocimiento.

Rebeca susurró al oído del caballero:

- Merlin dijo una vez que el conocimiento de uno mismo podía matar al dragón del Miedo y la Duda.

- ¿Y tú lo crees? - susurró el caballero.

- Sí - afirmó Rebeca con firmeza.

- ¡Pues entonces encárgate tú de ese lanzallamas verde! - El caballero dio media vuelta y cruzó el puente levadizo corriendo, en retirada.

- ¡Jo, jo, jo! - rió el dragón, y con su ultimo "jo" por poco quema los pantalones del caballero.

- ¿Os retiráis después de haber llegado tan lejos? - preguntó Ardilla, mientras el caballero se sacudía las chispas de su espalda.

- No lo sé - replicó él -. He llegado a habituarme a ciertos lujos, como vivir.

Sam intervino.

- ¿Cómo te soportas si no tienes la voluntad y la osadía de poner a prueba el conocimiento que tienes de tí mismo?

- ¿Tu también crees que el conocimiento de uno mismo puede matar al Dragón del Miedo y la Duda? - preguntó el caballero.

- Por supuesto. El conocimiento de uno mismo es la verdad y ya sabes lo que dicen: "la verdad es más poderosa que la espada".

- Ya sé que eso es lo que se dice, pero ¿hay alguien que lo haya probado y haya sobrevivido?- preguntó sutilmente el caballero.

Tan pronto como acabó de pronunciar estas palabras, el caballero recordó que no necesitaba probar nada. Era bueno, generoso y amoroso. Por lo tanto, no debía sentir ni miedos ni dudas. El dragón no era mas que una ilusión.

El caballero dirigió la mirada a través del puente hacia donde se encontraba el monstruo, lanzando fuego hacia unos arbustos; por lo visto para no perder la práctica. Con el pensamiento en la mente de que el dragón solo existía si el creía que existía, el caballero inspiro profundamente y, con lentitud, volvió a atravesar el puente levadizo.

El dragón, por supuesto, fue a su encuentro, bufando y echando fuego. Esta vez, sin embargo, el caballero siguió adelante. Pero el coraje del caballero no tardó en comenzar a derretirse, al igual que su barba, con el calor de las llamaradas del dragón. Con un grito de temor y angustia, dio media vuelta y salió corriendo.

El dragón dejó escapar una poderosa carcajada y disparó un chorro de fuego contra el caballero en retirada. Con un aullido de dolor, el caballero atravesó el puente como una bala, con Ardilla y Rebeca tras él. Al divisar un pequeño arroyo, sumergió rápidamente su chamuscado trasero en el agua fresca, sofocando las llamas en el acto.

Ardilla y Rebeca intentaban consolarlo desde la orilla.

- Habéis sido muy valiente - dijo Ardilla.

- No está mal por tratarse del primer intento - añadió Rebeca.

Sorprendido, el caballero la miró desde donde estaba.

- ¿Cómo que el primer intento?

Ardilla le respondió con toda naturalidad:

- Tendréis mas suerte la segunda vez.

El caballero respondió enfadado:

- Tú irás la segunda vez.

- Recordad que el dragón es solo una ilusión - dijo Rebeca.

- ¿Y el fuego que sale de su boca? ¿Eso también es una ilusión?

- En efecto - respondió Rebeca - El fuego también era una ilusión.

- Entonces, ¿cómo es que estoy sentado en este arroyo con el trasero quemado? - exigió el caballero.

- Porque vos mismo hicísteis que el fuego fuera real al creer que el dragón era real - explicó Rebeca.

- Si creéis que el Dragón del Miedo y la Duda es real, le dáis el poder de quemar vuestro trasero o cualquier cosa - dijo Ardilla.

- Tienes razón - corroboró Sam - Debes regresar y enfrentarte al dragón de una vez por todas.

El caballero se sintió acorralado. Eran tres contra uno . O, mejor dicho, dos y medio contra uno; la mitad Sam del caballero estaba de acuerdo con Ardilla y Rebeca, mientras que la mitad “él” quería permanecer en el arroyo.

Mientras el caballero luchaba contra un coraje que flaqueaba, oyó a Sam decir:

- Dios le dio coraje al hombre. El hombre le da coraje a Dios.

- Estoy harto de intentar comprender el significado de las cosas. Prefiero quedarme sentado en el arroyo y descansar.

- Mira - lo animó Sam - si te enfrentas al dragón, hay una posibilidad de que lo elimines, pero si no te enfrentas, es seguro que él te destruirá.

- Las decisiones son fáciles cuando sólo hay una alternativa - dijo el caballero. Se puso de pie de mala gana, inspiró profundamente y cruzó el puente levadizo una vez más.

El dragón le miro incrédulo. Era un tipo verdaderamente terco.

- ¿Otra vez? - bufó - Bueno, esta vez sí que te pienso quemar.

Pero esta vez el caballero que marchaba hacia el dragón era otro; uno que cantaba una y otra vez: "El miedo y las dudas son ilusiones".

El dragón lanzó gigantescas llamaradas contra el caballero una y otra vez pero, por más que lo intentaba, no lograba hacerlo arder.

A medida que el caballero se iba acercando, el dragón se iba haciendo cada vez mas pequeño, hasta que alcanzó el tamaño de una rana. Una vez extinguida su llama, el dragón comenzó a lanzar semillas. Estas semillas - las Semillas de la Duda - tampoco lograron detener al caballero. El dragón se iba haciendo aún más pequeño, a medida que continuaba avanzando con determinación.

- ¡He vencido! - exclamó el caballero victorioso.

El dragón apenas podía hablar.

- Quizás esta vez, pero regresaré una y otra vez para bloquear tu camino.

Dicho esto, desapareció con una explosión de humo azul.

- Regresa siempre que quieras - le gritó el caballero - Cada vez que lo hagas, yo seré mas fuerte y tú más débil.

Rebeca voló y aterrizó en el hombro del caballero.

- Lo véis, yo tenía razón. El conocimiento de uno mismo puede matar al Dragón del Miedo Y la Duda.

- Si realmente creías que era así, ¿por qué no me acompañaste cuando me acerqué al dragón? - preguntó el caballero, que ya no se sentía inferior a su amiga emplumada.

Rebeca mulló sus plumas.

- No quería interferir. Era vuestro viaje.

Divertido, el caballero estiró el brazo para abrir la puerta del castillo, pero ¡el Castillo de la Voluntad y la Osadía había desaparecido!

Sam le explicó:

- No tienes que aprender sobre la voluntad y la osadía porque acabas de demostrar que ya las posees.

El caballero echó la cabeza hacia atrás, riendo de pura alegría. Podía ver la cima de la montaña. El sendero parecía aun más empinado que antes, pero no importaba. Sabía que ya nada lo podía detener.


           Capitulo VII

                    La Cima de la Verdad.

Centímetro a centímetro, palmo a palmo, el caballero escaló, con los dedos ensangrentados por tener que aferrarse a las afiladas rocas. Cuando ya casi había llegado a la cima, se encontró con un canto rodado que bloqueaba su camino. Como siempre, había una inscripción en él:

            "Aunque este universo poseo, nada poseo,

            pues no puedo conocer lo desconocido si me aferro a lo conocido."

El caballero se sentía demasiado exhausto para superar el último obstáculo.

Parecía imposible descifrar la inscripción y estar colgado de la pared de la montaña al mismo tiempo, pero sabía que debía intentarlo.

Ardilla y Rebeca se sintieron tentadas de ayudarle, pero se contuvieron, pues sabían que a veces la ayuda puede debilitar a un ser humano.

El caballero inspiró profundamente, lo que le aclaró un poco la mente. Leyó la última parte de la inscripción en voz alta: "pues no puedo conocer lo desconocido si me aferro a lo conocido".

El caballero reflexionó sobre algunas de las cosas "conocidas" a las que se había aferrado durante toda su vida. Estaba su identidad (quién creía que era y que no era), estaban sus creencias (aquéllo que él pensaba que era verdad y lo que consideraba falso) y estaban sus juicios (las cosas que tenía por buenas y aquéllas que consideraba malas).

El caballero observó la roca y un pensamiento terrible cruzó por su mente: también conocía la roca a la cual se aferraba para seguir con vida. ¿Quería decir la inscripción que debía soltarse y dejarse caer al abismo de lo desconocido?

- Lo has captado, caballero - dijo Sam - Tienes que soltarte.

- ¿Qué intentas hacer, matarnos a los dos? - grito el caballero.

- De hecho, ya estamos muriendo ahora mismo - dijo Sam - Mírate. Estás tan delgado que podrías deslizarte por debajo de una puerta, y estás lleno de estrés y de miedo.

- No estoy tan asustado como antes - dijo el caballero.

- En ese caso, déjate ir y confía - dijo Sam.

- ¿Que confíe en quién?- replicó el caballero enfadado. Estaba harto de la filosofía de Sam.

- No es un quién - respondió Sam - ¡No es un quién sino un qué!

- ¿Un qué? - preguntó el caballero.

- Sí - dijo Sam - La vida, la fuerza, el universo, Dios... como quieras llamarlo.

El caballero miro por encima de su hombro y vio el abismo aparentemente infinito que había debajo de él.

- Déjate ir - le susurró Sam con urgencia.

El caballero no parecía tener alternativa. Perdía fuerza con cada segundo que pasaba y la sangre brotaba de sus dedos, allí donde se aferraban a la roca.

Pensando que moriría, se dejó ir y se precipitó al abismo, a la profundidad infinita de sus recuerdos.

Recordó todas las cosas de su vida de las que había culpado a su madre, a su padre, a sus profesores, a su mujer, a su hijo, a sus amigos y a todos los demás.

A medida que caía en el vacío, fue desprendiéndose de todos los juicios que había hecho contra ellos.

Fue cayendo cada vez más rápidamente, vertiginosamente, mientras su mente descendía hacia su corazón. Luego, por primera vez en su vida, contempló su vida con claridad, sin juzgar y sin excusarse. En ese instante, aceptó toda la responsabilidad por su vida, por la influencia que la gente tenia sobre ella, y por los acontecimientos que le habían dado forma.

A partir de ese momento, fuera de sí mismo, nunca más culparía a nada ni a nadie de todos los errores y desgracias. El reconocimiento de que él era la causa, no el efecto, le dio una nueva sensación de poder. Ya no tenía miedo.

Le sobrevino una desconocida sensación de calma y algo muy extraño le sucedió: ¡empezó a caer hacia arriba! ¡Sí, parecía imposible, pero caía hacia arriba, surgiendo del abismo!

Al mismo tiempo, se seguía sintiendo conectado con lo más profundo de él, con el centro de la tierra.

Continuo cayendo hacia arriba, sabiendo que estaba unido al cielo y a la Tierra.

Repentinamente, dejó de caer y se encontró de pie en la cima de la montaña y comprendió el significado de la inscripción en la roca. Había soltado todo aquéllo que había temido y todo aquéllo que había sabido y poseído. Su voluntad de abarcar lo desconocido lo había liberado. Ahora el universo era suyo, para ser experimentado y disfrutado.

El caballero permaneció en la cima, respirando profundamente y le sobrevino una sobrecogedora sensación de bienestar. Se sintió mareado por el encantamiento de ver, oir, y sentir el universo que le rodeaba. Antes, el temor a lo desconocido había entumecido sus sentidos, pero ahora podía experimentar todo con una claridad sorprendente. La calidez del sol del atardecer, la melodía de la suave brisa de la montaña y la belleza de las formas y los colores de la naturaleza que pintaban el paisaje, causaron un placer indescriptible al caballero. Su corazón rebosaba de amor, por si mismo, por Julieta y Cristóbal, por Merlin, por Ardilla y por Rebeca, por la vida y por todo el maravilloso mundo.

Rebeca y Ardilla observaron al caballero ponerse de rodillas, con lágrimas de gratitud surgiendo de sus ojos.

- Casi muero por todas las lágrimas que no derramé - pensó. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas, por su barba y por su peto. Como provenían de su corazón, estaban extraordinariamente calientes, de manera que no tardaron en derretir lo que quedaba de su armadura.

El caballero lloraba de alegría. No volvería a ponerse la armadura y cabalgar en todas direcciones nunca más. Nunca más vería la gente el brillante reflejo del acero, pensando que el sol estaba saliendo por el norte o poniéndose por el este.

Sonrió a través de sus lágrimas, ajeno a que una nueva y brillante luz irradiaba de él; una luz mucho más brillante y hermosa que la de su pulida armadura, una luz destellante como un arroyo, resplandeciente como la luna, deslumbrante como el sol.

Porque ahora el caballero era el arroyo, era la luna, era el sol.

Podía ser todas estas cosas a la vez y más, porque era uno con el universo.

                                          Era amor...

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